UN CAOS SOCIAL
Al encender el televisor el pasado 29 de abril, un aluvión de noticias cayó sobre nosotros acerca de un acontecimiento que ha sembrado el desconcierto y la confusión en, prácticamente, toda la ciudadanía de, al menos, dos países occidentales: España y Portugal. En ambos se había producido, durante el día anterior, un apagón de luz generalizado que había dejado sin funcionamiento la totalidad de los recursos movidos por la energía eléctrica, y de ellos, en muchas ciudades, el también necesario, suministro de agua.
Los importantes medios de comunicación y transporte, el funcionamiento del mundo comercial, con la decisiva influencia en la alimentación (grandes almacenes y cadenas de suministro), los establecimientos que se ocupan de la sanidad (hospitales y clínicas), todo un mundo interconectado en mutua influencia, se ha visto detenido, y ha producido una casi total paralización de la vida de infinidad de personas, que han tenido que recurrir a medios casi olvidados y de reducida capacidad, pero en esos momentos, la casi única posibilidad para mantener un mínimo de vida.
Por ejemplo, no se han podido cocinar los alimentos ni moverse con la habitual soltura dentro de los hogares, y se ha reducido la posibilidad de iluminación dentro de las casas, una vez llegada la noche, con las antiguas velas, si es que se disponía de ellas o linternas en desuso. Pero en los hospitales que carecieran de recursos energéticos alternativos, se han visto paralizados sus quirófanos. Se ha sabido del fallecimiento de algunas personas, al no funcionar aparatos respiratorios imprescindibles para mantener su vida.
Todo este conjunto de carencias ha provocado, como ya hemos dicho, el desconcierto de infinidad de personas. Estaciones ferroviarias paralizadas, pero también centros de enseñanza, como colegios y universidades con las clases interrumpidas.
Pero es que la posibilidad de poner remedio a esta situación ha quedado reducida al mínimo en la mayoría de los casos, cuando no totalmente impedida, al no disponer de los habituales medios de comunicación. Teléfonos, medios informáticos y hasta los móviles han sufrido la paralización de su funcionamiento. Muchos ciudadanos, que las guardaban, han recurrido a las antiguas radios de pilas para saber algo de lo que estaba ocurriendo.
PEQUEÑA MUESTRA ANTIPRESUNCIÓN
¿Cómo estimar o calificar, este ‘maremagnum’ caótico desconcertante? Se nos ocurre, en cuanto estima de un fenómeno social, de considerarlo como una muestra, tal vez pequeña si la medimos por su amplitud geográfica. Ha afectado a dos países occidentales pertenecientes al mundo desarrollado, con abundantes recursos tecnológicos, pero que son, sin duda, una parte relativamente reducida del universo.
Ahora bien, la limitada dimensión del fenómeno no deja de ser un exponente de lo que implica, para un territorio con abundante población humana, la carencia de medios que la civilización técnica y científica ha procurado para hacer la vida más cómoda y satisfactoria. El contemplar las desastrosas consecuencias que dicha carencia ha provocado hace pensar, en cuanto materia de reflexión, en lo falaz que resulta la altiva presunción del ser humano de esta civilización tecnológica que se ufana de su poder y posibilidades, cuando se produce el fallo de alguno de los medios en que confía y se atreve a estimarlos como incuestionables y absolutamente válidos.
UN MOMENTO HISTÓRICO SIGNIFICATIVO
El lamentable fenómeno que comentamos ha sucedido en un momento que podemos calificar de “histórico”. Para los que miramos el sucederse del tiempo y los acontecimientos del mismo con visión unitaria y de fonde trascendente, todo cuanto sucede en el tejido histórico social forma un conjunto interrelacionado con significación de “gestalt“, el término alemán que considera la historia con un sentido que va más allá del suceso inmediato.
El gran apagón que ha casi paralizado el discurrir vital de dos importantes países de antigua civilización marcada indeleblemente por el “cuño” del sentido cristiano de la existencia, se ha producido nueve días después del fallecimiento de la personalidad que, para ambos países y para el mundo en su conjunto, ha sido una voz que, más allá de cualquier consideración de “poder político“, ha marcado un rumbo al ser humano de esta hora, el Papa Francisco, pastor supremo de la Iglesia Católica.
El día del apagón concluyeron los “novendiales“, los nueve días de misa exequial en sufrago del alma del pontífice universal (“católico“). Y se encuentran en la Ciudad del Vaticano, alma de la Roma intemporal, los cardenales que se están reuniendo en “congregaciones” previas al cónclave que ha de elegir al nuevo Papa, sucesor de Pedro, el apóstol designado por Jesucristo para pilotar la insumergible nave de su Iglesia.
Es una interesante coincidencia de acontecimientos que no consideramos “casuales“. Estos eminentes prelados son también una muestra del carácter universal del catolicismo y de su relevancia en el mundo, como ha evidenciado el mundial concurso de personalidades del más diverso carácter que han asistido al funeral por el Papa difunto, cuya trayectoria pastoral ha buscado llegar a todos y hacer más visible la dimensión universal de la Iglesia católica, con dos manifestaciones significativas, sus viajes a lugares de las “periferias” y el nombramiento como cardenales de prelados pertenecientes a regiones lejanas del Vaticano centralista.
¿En qué está el sentido “gestalt” de esta coincidencia? Se nos antoja que puede buscarse en la intención de llamar la atención de un mundo que se ufana en su condición ultratecnológica, de que todo ese cúmulo de recursos fruto del ingenio humano, no deja de ser un mundo perecedero, limitado y en curso de desembocar ante la presencia incuestionable, aunque misteriosa, de un Autor que habrá de juzgar el cómo ha empleado esos brillantes recursos.
En este sentido, y para concluir, nada más oportuno, ante el “trallazo” técnico-social recién sufrido, que recordar los versículos evangélicos en los que Jesús, el Hijo de Dios encarnado, hace las profecías terribles, no sólo de la ruina de la ciudad de Jerusalén (que se cumplieron cuarenta años más tarde con las espantosas características que conocemos por el historiador Flavio Josefo), sino ampliadas al mundo en su final previo a la vuelta del mismo Cristo como Señor de la Historia, para cerrarla. A este respecto, se menciona otro cúmulo de espantosos sucesos, a cumplirse en tiempo desconocido pero incuestionable: “Habrá entonces una tan gran tribulación como no la hubo desde el principio del mundo…Después de la tribulación de aquellos días, se oscurecerá el sol, y la luna no dará su luz, y las estrellas caerán del cielo”. (Mt 24, 21 y 29)… ”Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino; habrá terremotos por diversos lugares; habrá hambres” (Mc 13, 8). En Lucas 21, 10-11 se repiten estas señales.
Baste el recuerdo de tan aterradoras profecías para hacer una “cura de humildad” tomando conciencia de la incapacidad del ingenio humano para solucionar cualquier clase de problemas, aunque el desastre sufrido en esta ocasión pueda ser analizado en sus causas y servir para disponer medidas que, en caso de repetición, habiliten soluciones alternativas. El concurso, con buena voluntad, de cuantos se encuentran en posiciones sociopolíticas decisorias en toda la amplitud del mundo, es el modo más idóneo de afrontar, hasta donde sea posible, situaciones de excepción que condicionan la vida de los ciudadanos en lo ancho de toda la tierra.