MIS VIVENCIAS DE LA SEMANA SANTA

Impresiones de un anciano que intenta llegar a ser cristiano

El subtítulo no lleva la menor intención de lucir un estilo de autenticidad. Es sencilla y sincera creencia de una convicción obtenida del que estimo mi maestro de ‘cristianidad’ y más notable pensador y expositor del existencialismo cristiano, Romano Guardini. En uno de los capítulos más densos de su capital obra “El Señor”, pregunta al lector: ¿te consideras cristiano? Pues mientes. Tú, y yo, no somos cristianos, tan sólo estamos en camino de serlo. Esta es la actitud que la meditación de la extensa bibliografía guardiniana me ha suscitado: estoy en camino de hacerme cristiano.

LA ESENCIA DEL CRISTIANISMO: SEGUIR A JESUCRISTO

Guardini no hace otra cosa que orientar y conducir al lector hacia la fundamental literatura cristiana: el Nuevo Testamento. Mediante el cual se puede conocer y adherirse al protagonista del mismo: el personaje histórico Jesús de Nazaret, Jesucristo en virtud de su resurrección, elevación de la muerte por el Padre Dios, “su” Padre. Esto tiene su tiempo culminante en el periodo final de los textos evangélicos, que luego glosarán los “historiadores” (y entrecomillo el término porque esos cuatro autores no pretenden hacer “historia” en el sentido moderno y académico de la palabra, sino mostrar los misterios de la encarnación, vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús, el Mesías Hijo de Dios). Lo que para mí viene suponiendo la vivencia de ese tiempo sagrado y sobrecogedor es lo que pretendo exponer en estas impresiones

“ANTE” Y “EN” LA SEMANA SANTA

Vivimos tiempos de descristianización, un fenómeno sociológico y doctrinal no reciente, pero sí en creciente progreso. La Semana Santa, como tiempo denso de contenido, en el que se contempla y medita el drama de la Pasión y Muerte de Jesús, aunque sea con la perspectiva de su gloriosa resurrección, no tiene, en su significado auténtico, mucha relevancia entre el gran público. La pérdida de la conciencia cristiana y la acción de la publicidad y el desarrollo de la idea e imagen de vacación primaveral, ha desplazado el interés de una gran mayoría hacia lugares de diversión y/o descanso en zonas como playas o montaña.

Por otro lado, la creciente sensibilidad turística lleva hacia ciudades donde la Semana Santa se celebra, aparte de sus forma litúrgicas, con el “atractivo” de las procesiones, que muestran en la mayor parte una imaginería de enorme calidad. Andalucía y Castilla destacan en este aspecto, aunque las autoridades hacen publicidad más de tono “divertido” que realmente contemplativo.

EXPERIENCIAS VITALES

Me dejo ya de preámbulos. Desde muy pequeño, sólo ocho años, comencé a participar en la procesión más emblemática de Jaén, la de Nuestro Padre Jesús Nazareno, en la madrugada y mañana del Viernes Santo. Así hasta mi marcha a Sevilla, donde la Semana Santa es un prodigio de devoción y arte, que me fue conquistando año tras año. Tuve el privilegio de ver la figura más emblemática, Jesús de Gran Poder, de Juan de Mesa (1620), a solas de noche en su basílica, preparado para el besamanos anual. Y es una experiencia inolvidable. Y otras muchas imágenes sagradas, sobre todo de Crucificados, en sus respectivos besapiés, por ejemplo, el de la Universidad, la Buena Muerte.

Mas la vivencia de la Pasión no ha sido sólo un fenómeno de devoción a imágenes. En la juventud tuve la ocasión de hacer unos Ejercicios Espirituales con un santo sacerdote que va camino de los altares: el Venerable don Manuel Aparici. Su meditación de la Pasión era abrumadora. Después fui miembro de un Colegio Mayor con el título de “San Juan de la Cruz”, donde comencé la lectura y meditación de un texto de valor decisivo para mi sentido de la vida: “El Señor”, de Romano Guardini, que me marcó definitivamente y me sumergió en el texto básico del Cristianismo: el Nuevo Testamento. Pienso que esa lectura me acercó a la persona de Jesús y me adentró en Él progresivamente. En general al seguir esta obra excepcional llega uno a sentirse amigo del Señor. Los capítulos dedicados por Guardini a la Pasión son de tal hondura que hacen vivir el misterio de la Redención y el drama de Jesucristo de manera inexcusable y absorbente, con una vivacidad creciente.

Por este conjunto de circunstancias la Pasión y Muerte de Jesús constituye para mí el acontecimiento más importante de toda la historia pasada, presente y futura, y la vivo con una tensión y potencia que me conmueven hasta las fibras más finas de mi psiquismo. Y no me explico cómo hay individuos bautizados como cristianos que puedan mantenerse, por así decir, “distantes”, mirando estos acontecimientos tremendos con indiferencia.

SEVILLA

El transcurso de muchos años en esta ciudad me deparó una atracción muy especial de la Semana Santa: las imágenes pasionistas son un tesoro incalculable de devoción y arte. Sobre todo, Crucificados y Nazarenos, más las imágenes marianas, de Dolorosas y Piedades. Los pasos llamados “de Misterio”, con escenas de algún momento de la Pasión y Muerte, son muy expresivos, pero, salvo alguno, como el Descendimiento, titular de la Hermandad de la Quinta Angustia, de un patetismo asombroso, me impresionan más los Crucificados solitarios en su monte de lirios o claveles y los Nazarenos, con la cruz a cuestas..

Cofradías fundadas a finales de la Edad media, en el siglo XIV, sacan en procesión imágenes de fiormás goticistas, como el Cristo de la Vera Cruz. Pero son los grandes del Barroco sevillano, Martínez Montañés, Juan de Mesa, los Ocapo, tío y sobrino y Pedro Roldán y Ruiz Gijón, los que llenan las calles sevillanas con sus geniales creaciones, de hondo patetismo, imágenes a las que acompañan interminables filas de nazarenos con grandes velas encendidas, durante todos los días de la semana. No menciono nombres porque la lista sería interminable. Más de los Nazarenos, de los que Sevilla posee hasta seis, sobresale, el conocido como “el Señor de Sevilla”, Jesús del Gran Poder, del que ya he hablado, cuya expresividad es tan abrumadora que lo he calificado como “Teofanía del dolor de Dios”.

Hay una vivencia que poca gente, aún muy sevillana, ha experimentado: Ver las procesiones de la Madrugada del Viernes Santo discurrir por el interior de la Catedral, que esa noche permanece cerrada al público. Es impresionante contemplar los pasos entre largas filas de nazarenos, por las naves desiertas, cuya enorme extensión se aprecia por este motivo. En esa noche y lugar  se vive la Semana Santa en su pura esencia.

POR FIN, SILENCIO, RECOGIMIENTO, LITURGIA: LOS MONASTERIOS

Sin embargo y después de todo lo dicho, mi experiencia más profunda del misterio salvador de Cristo se ha produciso en un ambiente de absoluto privilegio, entre pequeños grupos de fieles y junto a los hombres y mujeres que han hecho de su vida una donación absoluta a Dios y Jesucristo: los monjes y monjas. En la mitad norte de España, como en otros países, se elevan estos recintos, la gran mayoría en lugares retirados del tráfago urbano. El compartir su carisma supone una experiencia del más alto nivel espiritual.

Pues si estos recintos que, junto a su carácter de retiro y formando parte del mismo, constituyen auténticas joyas del arte cristiano, es en las fecha cumbres de la vivencia evangélica, las de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, Hijo de Dios encarnado y autor de nuestra salvación; es en estos días sagrados en los que el huésped del monasterio es introducido en un clima de hondura y densidad existencial absolutamente incomparable con cualquier otro modo de celebrar y rememorar ese acontecimiento único y decisivo de la Historia.

La unción y el recogimiento que impone el silencio en que se realizan las cuidadas acciones litúrgicas y se vivencia el resto del tiempo, o se hacen, en las celdas o capillas, lecturas que ahondan la consciencia del misterio redentor, dan a esta experiencia un cariz de tal altura y belleza que al que tiene el acierto de celebrarlo así no le quedan ganas de sumergirse en turbamultas callejeras, aunque sea para contemplar un paso procesional exquisitamente adornado.

El vivir el silencio de una vigilia de Jueves Santo ante el Monumento o discurrir, participando en un Vía Crucis de Viernes Santo, por las amplias naves de claustros desiertas de curiosos turistas o dentro de un templo en el que se meditan textos sobre las respectivas estaciones, queda definitivamente sumergido en la terrible y asombrosa acción del Verbo de Dios, que se despojó de su rango divino y se hizo hombre, y en tan miserable condición fue obediente a la Voluntad de Dios hasta la muerte y una muerte de cruz, por lo cual fue resucitado y nombrado Señor de todo lo creado, Cosmos y Humanidad (Flp 2, 6-11). Es la vivencia definitiva de mis semanas santas en los monasterios de El Paular, Valle de los Caídos, el Parral, Santa María de Huerta o de las Escalonias. Unirse a monjes y monjas benedictinos, cistercienses y jerónimos es una gracia divina de tal magnitud que proporciona al alma el sentido más auténtico de la propia vida y de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo Salvador. Nada, nada es comparable a la profunda huella existencial que marca el corazón, afianza la fe y aumenta el ansia de contemplar eternamente el radiante rostro de Cristo resucitado.     

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