El ‘buenismo indolente’ ante el grano de mostaza.
La escucha de una de las parábolas de Jesús más expresivas de lo que podríamos calificar como “sentido finalista“, ha hecho surgir una cuestión fundamental relacionada con la actitud hoy muy difundida en el “clima” predominante de descristianización y pérdida de los criterio evangélicos, que podemos observar en personas que han vivido en medios de vida tradicionalmente cristiana y han sustituido por un modo de comportamiento (y del pensamiento inspirador) que se ha calificado como “buenismo“, del que ya hemos tratado, más merece reincidir.
Se trata de una actitud y conducta impregnadas de valores cristianos, pero sin contar para ello con una fe en lo que es esencialmente cristiano: la adhesión vital a Jesucristo resucitado. Se mantienen actitudes morales derivadas de aquella fe, pero como valores que pudiéramos calificar de “naturales”, sin vinculación religiosa o muy débil, inoperante en la realidad del vivir de cada día.
La parábola es una de las más famosas de Jesús. Se encuentra en Evangelio de Mateo (25, 14-30) y tiene su analogía sinóptica con la de las minas o las onzas, en el Evangelio de Lucas (19, 11-27).
Un final para temblar
No es cosa de relatar todo el texto de la parábola; es suficientemente conocida y ya he dado en otros artículos las referencias de su exposición por Jesús. Lo que me importa hoy es el desenlace que sucede al tercer siervo: el cuidadoso que enterró el talento en un hoyo, procurando que no se perdiera (según Mateo) o su semejante, el de la onza (Lucas). Nada de malgastarlo en diversiones, pero nada de ponerlo a “producir”, de emplear el talento en algo que pudiera duplicar su valor.
Y así lo explicó, entre medroso y cauto, a su señor, cuando éste le pidió cuenta, como a los demás: “Señor, tuve en cuenta que eres hombre duro, que quieres cosechar donde no has sembrado, y recoger donde no esparciste, y, temiendo, me fui y escondí tu talento en la tierra. Aquí tienes lo tuyo,”
El final de ese siervo es terrible: Calificado de holgazán por su señor, es condenado “a las tinieblas exteriores, donde será el llanto a rechinar de dientes” (Todo en Mt 25, 24-29).
Sin embargo, era una “buena persona“. No perdió ni despilfarró el talento. Sólo hizo una cosa: guardarlo cuidadosamente y dedicarse a “sus cosas”: su tarea profesional, tal vez, sus sensatas (y aún “honestas”) aficiones. Pero algo dejó de hacer: implicarse en un compromiso que supusiera dedicación desinteresada a los demás. Porque, ¿se puede estimar que el cumplimiento de su deber profesional es un modo de “poner a producir” ese talento recibido? No parece interpretarlo así el texto evangélico al tachar de inútil y holgazán al siervo.
Inconsciencia irresponsable
Y es que hay individuos, de condición cristiana por su bautismo y educación, que se desentienden de las numerosas posibilidades de atención al prójimo. Tal comportamiento se produce por una actitud que es voluntariamente irresponsable: el dejar de cultivar el conocimiento de la doctrina evangélica y el trato (la adhesión consciente) con Cristo, cuando no el tácito desprecio de su realidad como “luz del mundo y de la vida” (“Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” -Jn 8, 12-).
La consecuencia de esa actitud, como hemos dicho en el texto del Evangelio, es terrible y revela, por otra parte, la inconsciencia del siervo descuidado: Ser arrojado a las tinieblas exteriores, donde será el llanto y rechinar de dientes (Mt 25, 30).
¿Cabe vivir en ese descuido por confianza en la misericordia de Dios? El autor del libro del Eclesiastés, Jesús Ben Sirá, nos pone en guardia contra semejante actitud: “No digas. “Es grande su compasión y Él perdonará mis muchos pecados’, porque Él tiene compasión, pero también cólera”… Del perdón no te sientas tan seguro. No tardes en convertirte al Señor, ni lo dejes de un día para otro” (Sir 5, 5-7).
Y no es sólo este texto el que llama la atención al que se descuida en su vivencia de la fe (seguimos hablando del cristiano). El libro de los salmos contiene varios textos con esta temática pero, tal vez, el más contundente sea el salmo 48, una impresionante advertencia hacia cualquiera que se confía en sus riquezas. La alusión se refiere, sobre todo, al poseedor de riquezas económicas; pero no sólo son éstas las que suscitan la confianza en sí mismos. El saber y el destacar en cualquier aspecto de la vida pueden proporcionar sensación de seguridad e inducir al descuido respecto a la vivencia responsable de la fe.
Escogemos los versos más expresivos del pensamiento divino (si seguimos creyendo que la Escritura es Palabra de Dios) sobre la actitud de quienes se sienten seguros de sus propios recursos y siguen viviendo, como dice el refrán “alegres y confiados”. ¿Qué le parece ese talante al salmista inspirado por el Espíritu Santo?:
“Este es el camino de los confiados,
el destino de los hombres satisfechos:
son un rebaño para el abismo,
la muerte es su pastor.
Aunque en vida se felicitaba:
“Ponderan lo que lo pasas”,
irá a reunirse con sus antepasados,
que no verán nunca la luz.
El hombre rico e inconsciente
es como un animal que perece”. (Salmo 48, 14-15,19-21)
Tal inconsciencia puede darse, en muchos casos (y conozco algunos), con una vida incluso moderada e intachable humanamente; pensamos que el salmo no se refiere sólo a quienes viven al estilo de otro personaje de parábola: el rico epulón, banqueteando a diario. Cabe la inconsciencia del que enterró la moneda en un hoyo para no perderla, en lugar de emplearla asumiendo algún compromiso solidario. Es el comportamiento que merece la calificación de “holgazanería”. Podemos hablar de “vagancia espiritual’ y de frialdad de corazón, que es lo que merece la condena a las tinieblas exteriores.
De todos modos, nos hallamos en la esfera del misterio. ¿Qué podemos asegurar sobre la misericordia de Dios? Cierto que hoy se abusa de ese concepto y casi se le acaba representándolo como un abuelito de blanca barba, bonachón, y al que se le “cuelan” los “nietos” al Cielo tras un amable: “Son buenos chicos”. Caricaturesco ¿verdad? Pues eso es lo que se deduce de la “cariñosa” opinión de algunos, incluso religiosos y hasta teólogos.
Cabe, cabe la holgazanería y el “dolce vivere“, mientras el mundo y la humanidad se llenan de desastres, y a Jesucristo resucitado se lo “degrada” a ser “un personaje importante de la historia”, uno más de los muchos; vamos, un predicador ambulante como los de las películas del Oeste. Y uno piensa, al escuchar tamaña estupidez: “¿Qué cara se le va a poner a ese “bon vivant” despreocupado cuando el día de su muerte se “tope” de cara con el Señor que le pide cuentas de lo que ha hecho con el denario que le entregó?”.