DESISTIMIENTO O APOSTASÍA DE LA FE

Como fenómeno particular, pero muy característico del proceso de secularización sobre el que estamos tratando en esta serie de artículos, hallamos un hecho que evidencia el aumento en la descristianización. Es el caso de los individuos bautizados que han desistido de facto de su pertenencia a la condición cristiana. Se puede denominar el hecho como “apostasía“; no habrá una “dejación” formal o jurídica de la fe (en algún caso la ha habido), pero el hecho, en su cualidad “fenoménica”, es idéntico.

Son cada día más numerosos los que fueron creyentes y ahora se han decantado por un agnosticismo, escepticismo o mera indiferencia hacia las verdades esenciales del cristianismo, en especial el catolicismo,

En sus vidas ha dejado de ser un elemento determinante la creencia en los conceptos fundamentales de la fe: la existencia de Dios, la creencia en la resurrección de Jesús y en la propia resurrección, así como en el carácter de miembros de una Iglesia o comunidad de fieles que tienen en la doctrina evangélica el sentido básico de su existencia.

“BUENISMO” SECULARIZADO

Pero, sin embargo, se aprecia otro fenómeno sociológico interesante: El comportamiento de estos antiguos fieles, que se “han bajado del tren de la fe” pero siguen teniendo las mismas actitudes de comportamiento que rigió su conducta anterior. No se han convertido, salvo tal vez una minoría, en “nuevos paganos” al estilo de los que poblaron el área del antiguo imperio romano, caracterizados de modo típico por el apóstol San Pablo en su carta a los Romanos (vid Rm 1, 24-32).

Este fenómeno sociológico ha dado lugar incluso a la invención de algunos términos que caracterizan un leguaje adecuado para referirse a tales individuos; el más utilizado es el de “buenismo”. Nos encontramos, pues, en el ambiente social medio de las antiguas sociedades cristianas (católicas o protestantes) con numerosos individuos de actitudes y costumbres que se pueden calificar de “intachables” respecto a sus criterios y normas de vida. Incluso los hay que figuran como cooperadores o benefactores de diversas ONG que tienen o no signo específicamente cristiano.

Son las “buenas personas” (“to er mundo es bueno”) que, no obstante, han cesado de asistir a los actos litúrgicos tradicionales, la santa misa sobre todo, y dejado de recibir los sacramentos característicos de la reconciliación (también llamada “penitencia” y “confesión”) y la eucaristía o comunión. Muchos de ellos han dejado de bautizar a sus hijos y de ocuparse que reciban instrucción en las verdades de la fe, la catequesis, y prescindir de otros sacramentos, como el matrimonio, la unción de enfermos al final de la vida, y la misa de réquiem posterior a la muerte. 

SABIOS IGNORANTES

Un sector bastante destacado de estos apóstatas lo constituyen individuos pertenecientes a lo que podemos denominar “mundo del pensamiento”. Engloba este amplio grupo a sujetos que se dedican a la reflexión filosófica y al ejercicio y cultivo de las ciencias. Filósofos, intelectuales, algunos relevantes por su prestigio social, profesores universitarios, astrofísicos, médicos, etc.

¿Cuál es el rasgo común de estos individuos? Además del cultivo del pensamiento, como ya se ha dicho, su actitud ante el misterioso mundo de la trascendencia es de reserva, negación o escepticismo. Son los que niegan la existencia de Dios, su obra creadora, la redención y/o la resurrección de Jesús, la misión y sentido de la Iglesia, sobre todo la católica, y otras afirmaciones que desde el punto de vista de la fe se estiman verdades, mientras ellos las califican de ficciones, como la ciencia que los estudia, la teología.

Los que pertenecen al mundo científico fundamentan su actitud escéptica o negativa en la imposibilidad de contrastar las verdades de la fe mediante la investigación experimental. Como el “alcance” de su saber científico no llega a comprobar la verosimilitud de tales conceptos o entidades trascendentes, por su carácter esencialmente misterioso que supera con mucho los límites del entendimiento humano; ante tal situación los “sabios de este mundo” optan por la negación de esas realidades. En cierto modo y dicho en lenguaje sencillo, la conclusión de estos “sabihondos” es: “¿No lo entiendo?”, luego no existe como realidad.

En el ambiente secularizado que impregna un gran parte (tal vez mayoría) de individuos es muy numerosa la actitud negativa de muchos de nivel cultural vulgar que ni se plantean estas cuestiones; su actitud es la indiferencia, no se ocupan en absoluto o lo hacen muy tangencialmente, de las mismas. En lenguaje callejero se puede decir que “pasan” de ellas con toda “naturalidad”.

Pero es más significativo el mundo de los científicos y filósofos. Entre éstos los hay que no se situan en una opción negativa (ateísmo); prefieren permanecer en un escepticismo que no se decide por el “si” o el “no” (hay tal vez un resto de temor que les lleva a pensar: “¿Y si fuera verdad?”.

Hablando en términos cristianos los expertos en moral estiman esa actitud como un rasgo de soberbia intelectual.

A esos sujetos se refiere  el salmo 91 (92) cuando exclama en su verso nº 6: “¡Qúé magníficas son tus obras, Señor, qué profundos tus designios! EL IGNORANTE NO LOS ENTIENDE, NI EL NECIO SE DA CUENTA“. Dos calificativos duros, terribles, que suponen una condena de esa actitud. Por el contrario, lo que que es elogiable para Dios se eneucntra en otro salmo, lleno de sensibilidad y humildad, el salmo 130, cuando exclama: “Señor mi corazón no es ambicioso ni mis ojos altaneros. No pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre” (S 130, 1). Esta es la actitud del auténtico sabio, el que posee “sabiduría” más que “saberes”. Y es la actitud que indica Jesús como necesaria para entrar en el Reino de los cielos. “Si no os hacéis y volvéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 18, 3-4).

CONJETURAS DE PSICÓLOGO

No lo puedo remediar, porque puede parecer un tanto insultante, pero llego a pensar si la actitud negacionista y escéptica ante el Misterio (con mayúscula, porque se refiere a la suprema esfera existencial de lo trascendente, de lo divino), repito, si esa obstinada visión no se deberá a un cierto tipo de fallo intelectual, porque la fe no repugna ni se opone a la razón (hay textos bien expuestos de los muy inteligentes papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, el segundo una mente excepcional en todos los órdenes). Esa obnubilación, que impide aceptar el carácter limitado de la propia inteligencia, ¿será debida a un cierto fallo neuronal?

Pero la otra conjetura va más al fondo: Si sabemos (claro que por la revelación) que la soberbia es el pecado (otra vez la fe, ¡diantre!) por antonomasia del príncipe de la mentira y obstinado enemigo de Dios, Satán, ¿no habrá que concluir que es, la soberbia, lo que obnubila la consciencia-inteligencia humana, situándola en esa demencial y en el fondo ridícula postura de dudar o negar a Dios y su infinito mundo? No hablamos de “posesión diabólica”, sino de influjo intelectual, pues creemos que el Maligno tiene libertad para seducir a los humanos y la ejerce con diligencia, hasta que el Poderoso auténtico diga su “ultima palabra“. Ahí queda eso para irrisión de los “sabios ignorantes“.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                

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