Amor de perro

Érase una vez un perro que de repente se había quedado en la calle sin familia, no se lo explicaba,  por más que se preguntaba qué había hecho mal tan solo recordaba que le había dado cariño a su amo: era obediente, hacía sus necesidades en la calle, nunca en la casa y además jugaba con los niños, hasta que nació el bebé y aunque no había hecho nada malo salvo intentarlo cuidar, le habían sacado de aquel hogar, no entendía nada. Y así, barruntando qué había ocurrido para que sus amos cambiasen su forma de ser con él, deambuló por la calle horas, sin comer, sin saber a dónde ir, perdido y preguntándose una cosa: ¿Y ahora que iba hacer?

Dejó atrás la ciudad y siguió caminando triste y afligido. Llevaba un par de días en su vagar errante cuando un olor a comida le condujo hasta la puerta de la casa de una finca. Ladró y rascó con una pata la madera hasta que acudió el que parecía el guardés. El hombre lo vio tan lastimado y cansado que lo dejó pasar. Todos se volcaron con él y le colmaron de atenciones. La cocinera le ofreció un plato de  comida tras haberle bañado, después le ofrecieron un rincón junto a la chimenea para que se calentase y se desentumeciese del frío que había sufrido en su deambular. Agradecido por aquel recibimiento, olvidó los días de lluvia que le habían llevado hasta allí y feliz se recostó y se quedó dormido. Todos le cogieron cariño en seguida, y el animal supuso que eso era buena señal, y si se portaba bien a lo mejor le dejaban quedarse, y así tendría un nuevo hogar.

A la mañana siguiente el guardés se lo presentó al amo quien al verlo apenas se inmutó.

-¿Para qué quiero yo un perro? Aquí no hay niños con los que jugar. –dijo serio.- No sé,  no sé, déjelo en la cocina, procúrele un rincón y ya le diré. Tengo que salir de viaje, que se acostumbre a la finca, que salga y entre y si a mi regreso sigue aquí ya veremos qué hacemos.

Y así se hizo. Lo trataban como de la familia. Entraba y salía cuando quería y se fue ganando el cariño de todos. El dueño de la finca volvió a las dos semanas y le echó un vistazo con semblante serio pero contento de ver que tenían un animal fiel y joven que seguro le haría compañía en aquel lugar tan apartado y guardaría la casa en su ausencia.

-Bien, bien parece que tiene buen aspecto y que es dócil, bueno que pase al salón, junto a la chimenea y que se acostumbre a mí.

Y el perro pasó y pronto se acostumbró a estar allí en esas estancias más nobles y ya no se separó del amo, al que ya consideraba así. Le acompañaba a diario en sus largas caminatas por la finca, o bien iba detrás y alrededor suyo cuando iba a caballo. Le encantaban esos paseos, porque le servían de ejercicio y era lo más que se alejaba de la casa, demostrando su fidelidad a quien consideraba su nuevo amo.

Y pasó el tiempo; se sentía feliz y a gusto con su nueva familia, pero había algo que no se explicaba, ¿Dónde iría el amo cuando pasaba esas temporadas tan largas fuera? En su ausencia, él le echaba mucho de menos y un día decidió seguirle aunque sabía que no era fácil, porque él se metía en un coche, y colarse sin que le viera no era tan sencillo; ya lo había intentado una vez pero el amo lo pilló y lo sacó del vehículo.

-No puedes venir conmigo, en otra ocasión será. Ya iremos a la ciudad, daremos un paseo y te la enseño, ¿vale? –dijo con tono jocoso el amo. Y el perro se fue a jugar dócil y obediente y no volvió a intentarlo esperando que su amo cumpliese su promesa.

Y un día que no lo esperaba el amo lo llamó, le puso una correa y le animó a subir al coche. “¡¡Vaya!!¡¡ Que bien!!”, pensó el animal y montó confiado al tiempo que recordó la vez que en la anterior ocasión que había vivido la misma situación su antiguo amo lo abandonó. Se resistió por un momento, pero la sonrisa de su amo le hizo ver que en esta ocasión eso no iba a suceder.

Cuando llegaron a la ciudad, le sorprendió regresar a andar por las calles rodeado de gente y  olfateaba todo como si no hubiera estado nunca antes allí. De repente volvió a tener un flash de su antigua familia, recordó a los niños y hasta percibió el aroma del bebé, y sintió pena y un poco de miedo. Se detuvo en seco en medio del paseo porque volver a la ciudad, ya no le parecía tan buena idea y tan solo deseaba regresar a la finca donde se sentía a salvo y seguro; y empezó a ladrar.

El amo creyendo que lo hacía de contento se rio y le palmeó el lomo:

-¿Qué? Te gusta, ¿verdad?

Y el perro volvió a ladrar más fuerte y dar vueltas inquieto sobre sí mismo.

-¡Pero chico, relájate si acabamos de llegar!. Ya sé que hay mucho ruido pero en seguida te acostumbrarás, vamos a dar una vuelta y así estiras las patas que llevamos un buen rato sentados en el coche.

El perro lo miraba todo con aprensión, imaginándose lo que sería andar de nuevo por las calles solo y abandonado. No quería. Otra vez no. No lo podría soportar una vez  más y se arrimó a las piernas de su amo, que le palmeó en el lomo para tranquilizarlo. A pesar de su fuerte carácter el amo le había cogido cariño al perro y viceversa, ya eran inseparables y el perro al notar su muestra de cariño se calmó. Dejó atrás sus temores y empezó a disfrutar del paseo y ladró saltando a su alrededor, ésta vez sí ya de contento.

Iban caminando y vio a unos niños jugar y los miró con pena pensando en los hijos de su anterior amo pensando: ¿Dónde estarían?, ¿habrían sentido su marcha?

Lo que no sabía es que en aquel preciso instante, desde el otro lado del parque alguien se fijaba en él y miraba perplejo sin creer lo que estaba viendo, que el perro hubiera sobrevivido a aquel día de tormenta en que lo dejó suelto; tras aquel día, se había dicho una y mil veces que no tenía que haberlo hecho y aunque se arrepintió, por más que salió en su busca ya no dio con él temiendo que le hubiese sucedido lo peor. En la distancia se alegró de verle, y volvió a recordar el drama vivido en casa y sintió pena por sus hijos. El bebé no lo notó, pero el más mayorcito que tenía 9 años lloró y lloró y salió a la calle durante un mes en su busca sin éxito, sin dejar de culpar a su padre porque se le hubiese escapado bajo la lluvia, y lloró todas las noches hasta que no le quedaron lágrimas.

Sin dudarlo un instante, se acercó a hablar con aquel hombre seguro que al escucharle lo recuperaría, que no le importaría, y que al contarle  la historia de lo que verdad pasó, entendería su situación… y es que él no quería, fue cierto que se precipitó pero habían sufrido mucho por el nacimiento del bebé, un niño especial que había nacido con síndrome de Down y temiendo que el animal le pudiese lastimar sin querer…, lo dejaron marchar. Jamás se perdonaría que la gente le hablara sobre la conveniencia de tener un perro cerca de su pequeño; él no lo creía, no sé lo explicaba porque siempre había sido cariñoso con los niños pero se vio desbordado por la situación y se asustó. Con el tiempo comprendió su error y se lamentaba: cómo pudo pensar que le haría daño, era inconcebible.

Al verlo de nuevo, jugando y saltando alrededor de su nuevo amo, asumió que había sido injusto con él y que no se lo merecía. Pero no pudo frenar la imperiosa necesidad de acercarse a él y pedirle perdón. Sin pensarlo se acercó y se agachó mirándole, palmeándole la cabeza y acariciándole el lomo… El perro no se lo creía, aquella mano que le acariciaba no era desconocida, ¡Sí, no cabía duda, era su antiguo amo!. Él no sentía rencor, lo había querido, pero como un acto reflejo se refugió entre las piernas del nuevo amo.

-Disculpe, me llamo Rodrigo. ¿Me dedicaría unos minutos?

-Sí, por supuesto. Por cierto, soy Iñigo. ¿De qué quiere hablarme?

-De ese precioso perro que tiene junto a usted…me gustaría contarle una historia.

Intrigado Iñigo aceptó la invitación del hombre que le había abordado en la calle y se dirigieron a charlar en una terraza de una cafetería del parque. Tomaron asiento en una mesa, pidieron unas bebidas y él se echó a los pies de su nuevo amo, mientras ambos seguían hablando.

Rodrigo aprovechó el tiempo y se excusó ante Iñigo. Le contó que el perro había formado parte de su familia hasta 5la llegada de su último hijo, un pequeño que había nacido siendo especial. El cómo había hecho caso de quienes no conocían a su perro y como asustado ante que pudiese ocurrirle algo malo, un buen día lo abandonó a su suerte pero en el momento que entró en casa, y vio la cara de sus hijos arrepentido salió a buscarlo.  Iñigo escuchó con atención cuanto Rodrigo le contó. Al concluir su historia, miró al perro con pena, por lo que había sufrido, pero también pensando en la familia que había tenido antes, un hogar con risas, niños y juegos; una casa llena de amor hasta aquel aciago día de confusión en que su antiguo amo lo apartó de su familia. Y pensó en esos niños, en todo el amor que tendrían por dar y se entristeció por sí mismo, porque le había tomado cariño al perro. Pensaba en todos, no quería ser egoísta, al fin y al cabo él viajaba mucho dejándolo a cargo del servicio que le cuidaban y mimaban pero si  pensaba, con los niños sabía que ellos lo disfrutarían más pero también tendría que pensar en el perro, que era quién tendría que elegir con quién quedarse, con qué amo. Le miró  y vio que no guardaba especial rencor hacía Rodrigo sino aprensión. Iñigo también pensaba en sus largos viajes y es que nadie le preguntaba a donde iba, y es que guardaba un secreto, él también tenía un niño especial,  pero lo tenía en un colegio especial para niños difíciles, porque tenía una esquizofrenia severa y a la muerte de su mujer, no sabía él sólo manejarlo, y se iba a  los Países Bajos, dónde vivía en una casa muy bonita, rodeada de vegetación, con una fachada de colores vivos, y con monitores especializados y con compañeros en su misma situación especial, de distintas patologías. Allí vivía feliz dentro del control que tenían que ejercer sobre él, puesto que además de la esquizofrenia, era de espectro autista y se autolesionaba y pasaba allí unas temporadas cerca de su hijo, aunque hospedado en un hotel.

El antiguo amo se le acercó con la mano extendida y el perro con las orejas gachas, se acercó, la olió y al intuir con ese sentido especial que solo los animales tienen supo ver que estaba arrepentido y se la lamió. Él feliz le sonrió, al tiempo que el perro se preguntaba en qué estarían haciendo sus amitos y como seguiría el bebé especial de tierna sonrisa; entonces escuchó a su nuevo amo que le instaba a regresar con su antiguo amo.

El perro se fue con Rodrigo su antiguo amo, mirando hacia atrás y pensando que Iñigo había sido muy bueno con él y sintió pena por él, pero a Rodrigo se le veía arrepentido y pensaba a la vez en esos niños, en lo contentos que se pondrán al verlo aparecer e hizo una pirueta saltando y dando vueltas sobre si. Rodrigo se alegró de verlo contento otra vez con él y se alejaron felices del reencuentro.

Pero el perro no pudo, pensó en Iñigo su amo que sin cuestionarse nada le había tratado con respeto y con amor; además todos habían sido muy buenos con él y no podía abandonarlo así como así. No quería arriesgarse a que de nuevo lo abandonasen. Lo sentía por Rodrigo y su familia, miró a ambos pero finalmente corrió hacia Iñigo, levantó sus patas delanteras y colocó su cabeza sobre su regazo abrazándose a él. Y éste le prometió que le acompañaría en su próximo viaje.

Fin

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