UN RECUERDO A LOS DIFUNTOS
Hagamos un alto en nuestras reflexiones psicopolíticas para dedicar un recuerdo a los que ya no están con nosotros, sino ya en la compañía de los santos, cuya gran fiesta celebramos el pasado dia 1 de noviembre.
Uno de los temas destacados en la música occidental es el de la muerte, la música para los difuntos. ¡Qué cantidad de obras maestras ha suscitado esta consciencia de la finitud humana y la vida eterna!
Pero este capital asunto tiene como dos grandes vertientes o tendencias. Hay músicas funerales en las que predomina el temor ante la muerte y, tal vez más bien, si se mira esta inevitable realidad con criterio cristiano, el temor de tener que comparecer ante el tribunal de Dios, que ha ido ‘tomando nota’ de los actos de cada persona y le pide cuenta de su proceder en la vida. Refleja muy bien este temor y la súplica, en gran parte angustiada, de la misericordia divina el famosísimo himno que constituye la secuencia que se incluía en el Oficio coral y el ordinario de la misa de difuntos conocido por sus dos primeras palabras, en el latín original: “Dies irae”.
La secuencia, extensa y con todo el detalle del sentimiento apenado y hasta sumido en el pavor de un juicio implacable, tuvo su origen en la Edad Media, hacia el siglo XIII y su autoría, anónima en verdad, se atribuye al papa Gregorio Magno (nos iríamos entonces a tiempos muy anteriores) a San Bernardo de Claraval y a dos frailes dominicos, Umbertus y Frangipani.
El poema se centra en el día del Juicio Final, tal como lo expresa el evangelio de san Mateo y la 1ª carta de san Pablo a los Corintios (15, 52).
La secuencia formó parte de la misa de Requiem del rito católico, hasta el año 1970. Los cambios introducidos en la liturgia tras el Concilio Vaticano II suprimieron este abrumador himno, sin duda con la intención de hacer de la misa de difuntos un rito orientado más a la esperanza que al temor.
MUSICA FUNERAL
El recuerdo a los difuntos y la actitud de rogar por su eterna salvación a la misericordia divina tiñe de acentos entristecidos, aunque esperanzados, los textos de la misa de réquiem.
Es en el canto gregoriano donde se materializa esta intencionalidad, pero, sin embargo, esta música no muestra acentos terroríficos. Es una música de honda expresividad, como lo es todo ese canto litúrgico que domina el oficio coral de los monjes y se extiende a los cabildos de las catedrales. Así se sigue practicando desde la primitiva Edad Media hasta hoy.
Más no olvidemos que esa secuencia se introduce en el texto y música durante el siglo XIII, época de grandes pavores, a causa de las terribles epidemias de peste (las de Peste Negra) y cólera que diezmaban las poblaciones y se extendieron hasta los siglos de la Edad Moderna, como ocurrió con la peste sufrida en Sevilla en 1549, que redujo a casi la mitad a su población.
Pero es en el periodo clásico y más aún en el romanticismo cuando la música funeral adquiere los rasgos especiales que han llegado hasta nosotros. Ante todo, la incorporación de instrumentos, hasta constituir grandes orquestas, y nutridos coros, así como la inclusión de solistas, sin duda por la influencia de la ópera en esos tiempos. No es ya el sobrio coro de los monjes o celebrantes sacros lo que caracteriza la celebración de liturgias de difuntos, sino los coros y orquestas que interpretan composiciones surgidas del genio de un compositor, entre los que sobresalen grandes figuras de la historia.
El rasgo característico de esta música funeral, en cierto sentido ‘profana’, aunque siga la liturgia religiosa, sobre todo católica, es su ampulosidad. La estructura compositiva grandiosa, propia de los genios clásicos y románticos, impregnada de ‘sinfonismo’, es el estilo de las más famosas misas de Requiem que conocemos.
EL PAVOR ATERRADOR ANTE EL JUICIO FINAL
Sin embargo, también este tipo de música ha experimentado una evolución expresiva del cambio de actitud ante el hecho incuestionable de la muerte. Hay músicas de réquiem, tal vez las de los compositores más famosos, en las que domina una visión de la muerte como realidad terrorífica, como final ineludible en el que el ser humano se ve ante el Juicio inapelable de un Dios en cuya actitud predomina el sentido de justicia sobre el de compasión y misericordia. Los textos evangélicos que se refieren a ese momento contribuyen a mantener ese sentimiento, que sólo la progresiva descristianización que domina la cultura occidental ha cambiado, paradógicamente, el sentido sobrecogedor de la muerte en la intrascendencia teñida de ‘astuta comicidad’ de las celebraciones de Hallowen, un falso recurso para enfrentarse al miedo, al final eterno.
En este tipo de músicas funerales de signo terrorífico, tiene un gran predominio el uso del metal y la percusión. Trompetas, trompas, tubas y timbales ponen el ‘color’ dramático y espantoso. Y es la secuencia del “Dies irae” la que adquiere un protagonismo especial, entonada por solistas y coro.
De estas misas de réquiem de gran aparato se han hecho famosas dos, sobre todo: la que, tal vez, inicie el ‘elenco’ de este tipo de composiciones, compuesta por el gran genio de Mozart al final de su vida, y no terminada por él. El origen de esta obra roza la leyenda sobre el misterioso personaje que la encargó. Ciertamente, es una composición grandiosa en la que destaca la ‘inevitable’ secuencia del “Dies irae”, con brillante orquestación que le imprime trágico acento.
La otra famosa misa de réquiem se debe al insigne autor de óperas José Verdi. La obra tiene todos los aspectos operísticos típicos de este compositor.
Pero hay otros dos grandes músicos autores de misas funerales: El francés Héctor Berlioz, ‘fervoroso’ beethoveniano, que compuso su Requiem en honor de los fallecidos miembros del ejército napoleónico, para lo cual acentúa los matices solemnes con el uso abrumador de metales y percusión. El otro gran compositor es el checo Antonín Dvorak, sinfonista de espléndida genialidad, inolvidable por su última sinfonía, la 9ª, titulada del “Nuevo Mundo”.
De Mozart a Dvorak se nos ofrecen estas obras impregnadas de una visión terrorífica de la muerte.
DEL PAVOR TERRIBLE AL SUBLIME DESCANSO
Ya hemos indicado que el Concilio Vaticano II, haciéndose eco de unos avances teológicos que contemplan la muerte como el paso, doloroso ciertamente, pero a una vida feliz, teñida de luz inextinguible en presencia de una Dios Padre y del gran Redentor, Jesucristo resucitado (“Si Cristo resucitó, también los muertos resucitarán”. -I Cor 15, 15-39, 42-58-). Y como signo de esta visión, se suprimió de la liturgia funeral la secuencia del “Dies irae”.
Pues bien, parece que hubo geniales compositores que, en cierto modo, ‘se adelantaron’ a la reforma litúrgica. Nos vamos a referir a tres, dos católicos y otro luterano. Se trata de Gabriel Fauré (1845-1924), Maurice Duruflé (1902-1984) y Johannes Brahms (1833-1897).
LAS MISAS DE REQUIEM FAURÉ Y DURUFLÉ
La paz eterna de los elegidos: Estamos ante las dos más hermosas obras de misas de requiem compuestas en la época actual por dos ilustres músicos franceses, uno a caballo entre los siglos XIX y XX y otro plenamente contemporáneo. Son dos obras en las que sus autores suprimen la secuencia del “Dies irae” e incorporan a las partes estrictamente litúrgicas de la misa, dos fragmentos de la liturgia de difuntos, que se emplean para el acto de rociar con agua bendita el féretro y para la conducción del mismo hacia el cementerio. Son las denominadas “Libera me” e “In Paradisum”, términos latinos iniciales de ambas. Los dos compositores hicieron varias versiones de sus obras, con diferencia en orquestación y parte vocal.
He de confesar mi preferencia por el Requiem de Fauré, aun reconociendo la profunda hondura del compuesto por el organista de la iglesia parisina de Saint Etienne. Duruflé imprime a su misa una exquisitez y delicadeza notables y utiliza magistralmente la reducida orquesta, el órgano (era su instrumento capital) el coro y solistas. Si tuviéramos que destacar un rasgo en su Requiem (1947), es su clima de misterio.
El Requiem de Fauré tiene un acento influido por el romanticismo, Brahms en especial. Esto imprime un sello de ternura y serenidad que impregnan de paz el ánimo del oyente, y más si se trata de un funeral real.
No vamos a comentar las partes de esta obra. Sin embargo, destaquemos, por la hondura de su música el poderoso inicio instrumental que contrasta con la suavidad de las voces que entonan el “Kyrie”, la solemnidad del “Sanctus”, así como la sublime oración que constituye el solo de soprano en el “Pie Iesu”. Los acentos más ‘dramáticos’ de este Requiem se muestran en el canto del “Libera me, Dómine”, en el que Fauré introduce unos versículos del “Dies irae”. Es un fragmento que requiere una buena voz de barítono. Y, para terminar, tal vez la parte que ha dado más fama a su compositor por su excelsitud serenante y contemplativa: “In Paradisum”(“Al Paraíso te conduzcan los ángeles”)
HONDA MEDITACIÓN SOBRE LA VIDA HUMANA Y LA ETERNIDAD
He dejado intencionadamente para final el comentario de la, en mi opinión, más excelsa obra sinfónico-coral relacionada con la muerte y la vida de las que cuenta el panorama de la música conocida como ‘clásica’. Me refiero a la obra “Un Requiem alemán”, compuesto por Johannes Brahms en memoria de sus padres. No es una misa. Brahms, ferviente luterano, compone una obra inusual, una auténtica cantata, pero en ella vuelca su fe en la vida eterna, propia del hombre creyente. Toma para ello textos del libro supremo de los cristianos, la Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento y los organiza en siete movimientos, con una apoyatura orquestal, coral y de solistas asombrosa. Y anotamos que se utiliza el metal y la percusión en más de un movimiento, pero, sorprendentemente, no imprime un acento de terror o espanto. Hay paz y unción sagrada a lo largo de toda la obra, bastante extensa.
El comentario de sus siete partes haría este artículo mucho más extenso de lo permitido por el blog. Pero no renunciamos a aludir a aquellas que destacan por la hondura de su sonoridad, en coherencia con el texto utilizado. Tomados de los salmos, de profeta y otros libros sagrados, de evangelios, cartas de San Pablo y Apocalipsis, la audición de esta obra ofrece al oyente la oportunidad de hacer una profunda meditación sobre la condición humana, creada por Dios y que termina en las manos del mismo Dios misericordioso.