A mi hija Elena
Sosegar, serenarse,
y acallar los sonidos turbulentos,
y voces de pasiones desbocadas;
descansar la mirada
en el ritmo perfecto de los claustros.
En una tarde mágica,
al pararme sin prisa
en el claustro románico de Silos,
miraba la perfecta
sucesión de columnas de una nave
y, sorprendentemente,
mudose la mirada en infinito
contemplar el prodigio,
mientras manaba la fuente en el silencio:
era entrar en un ámbito divino
advertir cómo un aura misteriosa
invadía mi espíritu
al admirar la sucesión perfecta
de columnas y arcos.
Parecióme que el tiempo detenía
el paso de minutos
y que había penetrado en las esferas
de la suma galaxia,
donde ningún suceso escandaloso
puede alterar el ritmo sosegado
de luz intemporal, mientras sonaban
en lejanía las ondas melodiosas
del canto gregoriano,
desgranado en la hora de las Vísperas
por la voz de los monjes.
El soplo del poder vivificante
del Espíritu Santo
se adueñaba sereno de mi alma;
no había saltos ni ritmos trepidantes
que aturden y esclavizan;
sólo el aura que nace del supremo
palpitar sosegado de aquel mundo,
de aquella vida nueva que esperamos
se adelantaba en la mística presencia
del futuro vivir escatológico,
ante la conjunción sublime
de formas y sonidos, para darme
una paz que no puede dar el mundo.
Desde Úbeda, con el recuerdo del claustro de Silos,
26 de mayo de 2024,