El pasado 14 de febrero, comenzó, al menos en el ámbito católico, la celebración de la Cuaresma, extenso periodo preparatorio de la Pasión, muerte y resurrección de Jesús, el Redentor del género humano y de toda la Creación, aunque una gran parte de personas no comparta las creencias que se hallan en la base de este periodo del tiempo litúrgico. Esta realidad también se celebra en el mundo de las iglesias derivadas de la reforma luterana, basta recordar las cantatas y ‘pasiones’ compuestas por Juan Sebastián Bach para corroborarlo.
La vivencia de este periodo está impregnada de espíritu religioso penitencial, con la llamada a retirarse de los ímpetus negativos de las pasiones humanas. En este contexto de actitudes tiene una importancia fundamental la música. Tanto para subrayar las celebraciones litúrgicas como forma de expresar los sentimientos generados en el ánimo por la contemplación de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Las grandes orquestas y coros de casi todo el mundo (aún el no cristiano) presentan sus mejores posibilidades en la oferta de conciertos que interpretan las obras más escogidas de la música sacra o aquella que se centra en temática de espiritualidad religiosa de inspiración cristiana.
Dentro de este conjunto de obras musicales hemos distinguido dos extensos campos, que calificamos como “música sacra” y “música religiosa”. La música sacra se centraría en el terreno de la liturgia. Es la de origen más antiguo. Ya desde los primeros tiempos del culto cristiano se acompañaron las ceremonias con el canto. Lo que hoy se interpreta más es el canto gregoriano, que entonan los monjes cada día y en especial, en el tiempo de Semana Santa. Es un canto monódico que se entona a coro en los oficios litúrgicos de cada día. Posee unos melismas ondulantes con un valor singular que produce gran serenidad en el espíritu del que escucha.
Hay otro tipo de música sacra de ambiente litúrgico que se desarrolla desde la Edad Media y tiene carácter polifónico. Es más característica de los coros catedralicios, aunque se alterna con el gregoriano. Floreció especialmente en los Países Bajos, conocidos como Flandes, en Francia, Alemania, Italia, Inglaterra y España, y alcanza su cima en las obras compuestas por autores de estos países durante los siglos XV al XVII.
Se tiene como primer compositor de polifonía al francés Perótimus, vinculado a la Escuela de Notre Dame de París. En el periodo más desarrollado, siglos XV y XVI, mencionamos como eminentes compositores del XV a Guillaume Dufay, Johannes Ockeghem, Jacob Obrecht y, a la cabeza de todos, el francés Josquin des Prés. En el XVI la polifonía alcanza su mejor periodo, con autores como Orlando de Lassus, los españoles Cristóbal de Morales, Tomás Luis de Victoria y Francisco Guerrero. Como máximo representante del arte polifónico se estima al italiano, vinculado a la sede romana, Pier Luigi di Palestrina. Y en Inglaterra debemos mencionar a William Byrd como eminencia de este arte. La música polifónica se sigue utilizando en las catedrales y basílicas destacadas, alternando como la más moderna, desarrollada durante el periodo Barroco. No entramos en exponer los rasgos de este magnífico arte, dada la extensión que nos ocuparía y el carácter vulgarizador de nuestro artículo. La preeminencia en conciertos de tiempo cuaresmal la tienen las grandes obras del periodo siguiente.
BARROCO Y ROMANTICISMO HASTA HOY: DE BACH A FAURÉ
El desarrollo de música de signo religioso, pero no propiamente sacro o eclesial, se abre con la reforma luterana y anglicana. La ruptura con el catolicismo, que caracteriza a este movimiento revolucionario, seguido de la reforma anglicana, implica la eliminación de gran parte del rito católico más central, la santa misa. La negación del carácter trascendente de la Eucaristía y coherente supresión de esta parte de la misa, exigió el sustituirlo por las celebraciones sacras del protestantismo. Surgen así las celebraciones en torno a la lectura de los textos bíblicos que son conocidos como cantatas, que tienen lugar en las reuniones religiosas de los domingos y días festivos.
Dentro del área católica, no podemos olvidar el sector veneciano, con los Gabrieli (abuelo y nieto) y en la cúspide, Monteverdi, al amparo todos de la gran basílica de San Marcos, aunque no compusieron música específicamente pasionista.
Y este campo de credo católico se ve impregnado en la liturgia por la influencia de los movimientos musicales propios del Barroco y el Romanticismo, hasta la actualidad. Las grandes obras surgidas en este periodo, a partir del siglo XVIII, son hoy las de destacan en los programas de conciertos cuaresmales. Nos ocupamos de las obras geniales compuestas desde entonces.
Ante todo, los dos grandes genios del Barroco: Bach y Haendel. Del cantor de Santo Tomás, de Leipzig, conservamos como seguras sus dos grandes Pasiones, que toman como texto los evangelios de San Mateo y de San Juan.
La obra más destacada de Haendel, autor de oratorios de tema veterotestamentario, es el “Mesías”, que glosa el misterio de la redención y contiene amplios fragmentos relativos a la Encarnación, Navidad y pasión. Esta música, de gran belleza , carece, sin embargo, de la hondura meditativa de las dos grandes obras de Bach. Es música de carácter más, digamos ‘ligero’ aunque de gran solemnidad con admirables parte corales, la más famosa su brillante “Aleluya”, así como arias de solistas (contralto, soprano, tenor y barítono) de poderoso estilo. Mas, en conjunto, Haendel luce un estilo que diríamos más ‘cortesano’, sin la profundidad desgarradora de su coetáneo alemán, el gran Bach.
Durante el periodo romántico el tema de la Pasión de Cristo cautiva o muchos compositores, que crean obras con las formas propios de la misa católica. Como compositor luterano de grandes oratorios citamos a Mendelssohn, y sus obras ‘Elías’ y ‘Paulus’. En cuanto a las misas, destacan las de requiem, en las que el ‘tremendismo’ del espíritu romántico se explaya en un lujo orquestal donde dominan las secciones de metal y percusión. Hay en esas misas un fragmento, hoy suprimido en la liturgia, que atrajo el carácter ‘tormentoso’ del romanticismo: la famosa secuencia “Dies irae”, que adquiere papel destacado desde la Edad Media, época de terribles epidemias y guerras que producían miles de muertos. Este pasaje, centrado en el pavor ante la muerte y el juicio de Dios, sedujo a los compositores, que produjeron música para misas con dicho tono terrible. Mozart, Berlioz, Dvorak y Verdi son los grandes maestros de este género de misas.