No puedo hablar mucho de la experiencia de mis padres porque no me lo contaron nunca. Pero en mi casa no hubo súper papá, sino súper mamá y es que mi madre iba conmigo a todas partes. La recuerdo en el hospital de la Virgen del Rocío de Sevilla en Traumatología con el Dr. Toledo y en el psicólogo y en todas partes conmigo y no sé si hubo resistencia en admitir mi discapacidad. Pero mis padres me decían que los psicólogos decían que sería capaz de hacer lo que me propusiera. Y bueno, creo que ha sido así.
Fase 2 del duelo en la familia de un discapacitado. Resistencia.
En esta fase, la realidad golpea a las familias, que asumen que hay un problema, pero no aceptan que vaya a ser permanente o duradero. Aquí caemos en la llamada falacia de la omnipotencia “Yo voy a poder con esto y esto lo vamos a superar”, que puede generar frustración.
Es el momento de negociación, de probar muchas terapias. Los padres se sacrifican por su hijo y acaban agotados: “Aquí se genera un sentimiento de culpa porque si el pensamiento es ‘si yo hago todo por él, mejorará’, y no pasa, piensas qué estás haciendo algo mal”.
En esta etapa, un miembro de la familia puede dejar de trabajar para cuidar de su hijo: “Suele ser la madre, de la que se espera sacrificio y se olvida de sí misma, diluyéndose así su identidad previa. Ahí es importante recordar quién es porque si no estás bien no cuidas bien”.
La espiral de culpa, si se perpetúa, puede desencadenar incluso reacciones depresivas, más común en las fases siguientes. “En esta etapa, es muy importante que la gente del entorno apoye, no sea condescendiente, y no alimente la figura del ‘súper papá de un niño diferente’, porque pone una presión extra en ellos”.
Fuente: 20 minutos