Este artículo fue publicado originalmente por Ana Martos Rubio en la revista CLAVE
LA POSESIÓN DIABÓLICA
El demonio ha sido siempre el agente patógeno más antiguo y socorrido del mundo. La epilepsia, la esquizofrenia, la histeria o cualquier sintomatología psiquiátrica ha sido siempre adecuada para imputarle un origen diabólico o, según otros, divino. La única condición es que se trate de un “okupa” escatológico que invada el cuerpo, el alma o ambos, y se dedique a hacer ostentación de su poder.
La expulsión de demonios y espíritus de toda índole y condición, alojados en el cuerpo humano, data del principio de los tiempos y, como el ser humano sigue siendo el mismo, se prolongará hasta el fin de su existencia. Estos “okupas” responden exclusivamente a métodos mágicos de expulsión, llamados exorcismos.
Pero no todas las culturas se conformaron con expulsar a los demonios con gritos, tambores, rituales y todo el desfile folclórico que se puede suponer, sino que algunos médicos emplearon métodos mucho más agresivos. Para muchas de las culturas antiguas, la epilepsia fue una enfermedad sagrada que liberaba a los enfermos de las influencias de ciertos espíritus malignos y, dado que los demonios alojados en la cabeza producían tensiones casi insoportables, los cirujanos se animaron a trepanar el cráneo de los enfermos para dar salida a los huéspedes indeseables. Después, los trepanados eran objeto de culto, porque, una vez purificados, obtenían el estatus de seres superiores.
Uno de los primeros tratados científicos, acaso el primero, realizado acerca de la posesión fue De Praestigiis Daemonum, el estudio de un médico alemán del siglo XVI, Johannes Weyer, que observó con mirada científica las convulsiones que padecían ciertas monjas calificadas de poseídas y llegó a la conclusión de que se trataba de la lucha que mantenían las desdichadas mujeres contra sus fantasías eróticas, cosa que pudo confirmar al separar a las monjas de los estímulos que provocaban tales fantasías, es decir, ciertos mozos lascivos y atrayentes que suscitaban en ellas deseos prohibidos.
Sin embargo, en su citado libro, Weyer mencionó la existencia de más de siete millones de demonios, exactamente 7.409.127, cifra que seguramente es un cómputo erróneo de la fórmula que empleaban los babilonios para calcular el número de los demonios y que arrojaba siete y siete veces siete, es decir, innumerables e irreductibles. En 1579, Weyer publicó un tratado contra la brujería y la posesión diabólica, en el que desarrolló una tesis, según la cual, el diablo solamente puede seducir a los débiles, ignorantes y melancólicos, a las mujeres y a los viejos, que son los sujetos más cercanos a la locura, pero no es capaz de perturbar el orden natural3.
Dada la importancia que siempre ha revestido la expulsión de los demonios, hasta 1973, la Iglesia Católica contó con una orden menor, el exorcistado, que colocaba al exorcista al mismo nivel que el acólito, el lector y el ostiario, aunque no le era dado pronunciar todos los exorcismos, ya que siempre hubo algunos, como el exorcismo contra Satanás y sus legiones sublevadas, que solamente podían pronunciar el obispo o los sacerdotes autorizados por sus superiores.
Desde 1614, el Ritual Romano del Exorcismo señala normas estrictas a observar y describe el ritual exacto a seguir para practicar un exorcismo, durante el cual, se debe llamar obseso y energúmeno al poseído y se ha de tratar al demonio de espíritu inmundo, conminándole a obedecer la orden de expulsión en nombre de Cristo.
En 1843, la psiquiatría describió la demonomanía como un delirio psicótico de creerse poseído por un espíritu diabólico
LOS PRIMEROS PSIQUIATRAS DE LA HISTORIA
Todo surgió en Sumer y en Babilonia. Las letras, las matemáticas, la legislación, la enseñanza, las relaciones internacionales, el parlamento, la farmacopea, la cosmología y, como es lógico, la medicina.
La Biblioteca de Asurbanipal, que data del siglo VII (a.n.e.), guarda documentadas las tres jerarquías que clasificaban a los sacerdotes médicos: vaticinadores encargados del diagnóstico y pronóstico, exorcistas encargados de extraer los demonios, o lo que es lo mismo, la enfermedad, y enfermeros encargados del tratamiento físico directo.
Pero en Sumer no solamente existió la medicina teúrgica, sino la medicina científica que estuvo en manos de médicos y no sólo de sacerdotes, y con una terapia farmacológica asociada. Entre
las numerosas tablillas de arcilla rojiza que, para asombro de la humanidad, aparecieron en las excavaciones que se iniciaron en Mesopotamia en el siglo XIX, las ruinas sumerias de Nippur mostraron una humilde tablilla de 16 por 9, 5 centímetros, que contenía las recetas médicas recopiladas por un médico sumerio del tercer milenio antes de nuestra era.
Los médicos sumerios practicaron el exorcismo, los hechizos y los encantamientos para arrojar del cuerpo a los espíritus malignos, pero no descuidaron la farmacopea en el tratamiento de las enfermedades del alma, lo que los convierte en los primeros psiquiatras de la historia. La famosa tablilla de Nippur no menciona salmodias, danzas frenéticas, ritos vociferantes, amuletos ni plegarias, sino única y exclusivamente, medicamentos, tan diferenciados, que fue necesaria la intervención de un químico para traducir los términos. Menciona sustancias minerales, vegetales y animales, los tres reinos unidos para curar el cuerpo y el alma; preparados de uso interno, filtros, y preparados de uso externo, ungüentos; excipientes de la tierra, del mar o del río. filtrados por aspersión o por lavado; frotamientos y, para facilitar la ingestión, cerveza o leche.
En China, la concepción holística de la enfermedad relacionó los estados psicológicos con los problemas somáticos. Los desórdenes emocionales se consideraron síntomas, no enfermedades. La depresión era producida por un exceso de preocupación que incidía en el hígado y en el bazo; y las psicosis maníacas, igual que la ira, provocaban el fuego del hígado y el estómago4. Se han encontrado documentos fechados hacia el año 1.700 (a.n.e.) que describen crisis epilépticas. Su tratamiento consistía en hierbas, acupuntura y aplicación de la filosofía del Yin y el Yang5.
En la India, hacia el año 1.200 (a.n.e.), encontramos el Código, atribuido al legislador Manú, un tratado jurídico y moral y uno de los libros brahmánicos más famosos de la antigüedad india, que diferencia a los locos de los idiotas y de los paralíticos. Entre las numerosas formas de enfermedad mental que aparecen en los libros indios, se pueden citar la manía ambiciosa, la manía homicida, la epilepsia, la histeria, la melancolía y la neurosis obsesiva.
La India aportó al mundo la religión del saber plasmada en los libros de los Veda, palabra que en sánscrito significa “conocimiento divino”, es decir, ciencia revelada. Pero el aspecto filosófico y religioso más conocido de la cultura hindú es la práctica del yoga, que se centra en conseguir el dominio del espíritu sobre el cuerpo, empleando ejercicios físicos para dominar la fuerza vital.
Los tratamientos de las enfermedades de la mente, igual que las enfermedades del cuerpo, que tratan de restablecer el equilibrio de los elementos y funciones del conjunto cuerpo-mente, son prácticamente idénticos, empleando plantas saludables como el alcanfor y el jengibre. La medicina hindú hizo también algunas aportaciones a la psicoterapia, consistentes, unas, en mantener la serenidad, los pensamientos espirituales y el recitado de mantras; otras son métodos más expeditivos, verdaderas terapias de choque, como sacudir al enfermo, anunciarle bruscamente la muerte de uno de sus hijos o mostrarle algo que le provoque turbación y dolor, para hacerle volver en sí.
Un dato importante de la medicina india es que la causa de la locura se debe a un desequilibrio entre los tres humores: aire, bilis y flema, que producen un oscurecimiento mental, a lo que hay que sumar los dolores e intoxicaciones o una dieta inadecuada.
En el siglo V (a.n.e.), esta teoría humoral llegó hasta Grecia, donde Hipócrates de Cos la absorbió y la implantó, siendo difundida a través de un inmenso Corpus Hippocraticum elaborado durante
siglos por sus numerosos discípulos y seguidores y que hoy se encuentra recogido en cincuenta volúmenes. Tal fue la importancia y la difusión de esta teoría médica que se practicó durante milenios y, todavía en el siglo XIX, contaba con numerosos seguidores y devotos6.
No hay que olvidar las aportaciones de Aristóteles al estudio de las enfermedades del alma, pues analizó los síntomas de lo que hoy llamamos enfermedad maníaco-depresiva y trastorno bipolar, que él llamó melancolía y grandeza, para deducir que son la otra cara del genio y que son trastornos sumamente valiosos para grandes líderes políticos, filósofos, pensadores, poetas y artistas. Sus definiciones permanecieron inamovibles para la medicina, hasta que, entre los siglox XVIII y XIX, se formuló el diagnóstico moderno de estas enfermedades.