Mi nombre es Teresa Martin.
Hace casi cuatro años sufrí un accidente de tráfico que me ocasionó unas lesiones que casi acaban con mi vida. Durante todo el tiempo que duró la recuperación, tuve ocasión de reflexionar sobre muchas cosas relacionadas con el proceso en que me hallaba inmersa. Como resultado vio la luz un libro llamado sobreviví a un accidente que he autopublicado en Amazon. Uno de los capítulos se titula:” El cuerpo, ese hospital que lo cura todo “. Me apetece compartirlo con vosotros. Espero que os guste.
El cuerpo es el lugar donde cada ser humano vive y habita. Es un receptáculo para la conciencia, esa observadora que nos ayuda a darnos cuenta de cómo actuamos; una máquina perfecta que realiza múltiples funciones.
Tiene millones de células, que se van especializando y formando diferentes órganos, circuitos o mecanismos que hacen que todo el cuerpo esté equilibrado. Tiene emociones que son mensajeras de lo que sientes ante lo que ocurre fuera o dentro de ti. Estas emociones, si no se gestionan bien, te pueden llevar a estados de ánimo negativos o a desbordamientos emocionales.
Debemos entender el funcionamiento del organismo. Es como cuando te regalan un móvil nuevo y tienes que aprender a manejarlo. La cuestión es que no nos preparan para este aprendizaje divertido que te lleva al bienestar. Y eso es así porque, en realidad, hasta hace pocos años se desconocía esa potestad que tenemos sobre nuestro estado de ánimo, nuestra salud y nuestro destino.
No sabíamos que éramos dueños de nuestra vida. Las escuelas esotéricas y místicas y la sabiduría ancestral lo han dicho siempre. La gran ventaja de este siglo es que no hace falta creer en ninguna teoría. Está totalmente demostrado. Y cada vez hay más estudios que lo avalan. El cuerpo y la mente están completamente relacionados. Lo que ocurre en una parte se transmite a la otra.
La inteligencia emocional está a la orden del día. Las denominadas soft skills o «habilidades interpersonales» hacen furor en el mundo empresarial. El conocimiento del cerebro avanza a pasos agigantados. Dicen que dentro de poco vamos a poder provocar cualquier sentimiento estimulando zonas concretas de él.
Todo este aprendizaje tiene la ventaja de que puedes aplicarlo tú personalmente. Porque lo importante es ser conscientes de que, aunque las emociones son nuestras, no controlan nuestra vida. Son instrumentos de protección y comprensión. Sin embargo, finalmente tú decides cómo actuar y 37 qué significado le das a lo que ocurre.
No nos han enseñado esta forma de ver el cerebro, ni la inteligencia emocional ni sus claves de funcionamiento. Tenemos que aprenderlo ahora. Todos estos conocimientos te proporcionan herramientas para el autocuidado y la transformación que puedes utilizar en todas las áreas de tu vida. De hecho, en situaciones de crisis como esta que nos ocupa son esenciales para liderar dicha transformación.
Esta variación en la percepción es un cambio de paradigma de consecuencias impredecibles. Coloca en una posición tremendamente beneficiosa al ser humano. Sin embargo, no todo el mundo quiere modificar su forma de pensar. ¿Es mejor seguir creyendo que somos fruto de las circunstancias?, ¿de la herencia familiar?, ¿de la educación recibida? Sí, es más cómodo, pero desde luego no es mejor. Si quieres cambiar esta manera de pensar, tienes que salir de tu zona de confort.
Para ello, investiga con tu cerebro y experimenta con tu conciencia. Es un trabajo que requiere disciplina y, sobre todo, es una decisión, elegir averiguar si es verdad. Igual no te lo crees del todo, a pesar de los descubrimientos científicos.
Sin embargo, hay que estar dispuesto a abrir una ventana a lo nuevo y diferente. Y eso supone cuestionarse lo que creías antes: que a determinada edad no se puede mutar. Ese poner en duda es lo que permite la posibilidad de cambio. Si te aferras a lo de siempre, a lo de antes, dedicarás toda tu energía a defenderlo, te agarrarás a ello y no podrás plantearte en tu conciencia esa pequeña duda. El libre albedrío es totalmente respetable, pero ¿y si fuera verdad?
Yo elegí aprovechar este largo periodo de recuperación para trabajar la mente con el corazón. Analicé lo que iba pasando de manera científica, experimentando para ver qué sucedía. Disponía de muy pocas herramientas, más allá de mi propia cabeza y la imaginación, pero con esas mimbres fui fabricando este cesto. ¡Dios mío, lo que dio de sí!
Cuando te encuentras en una situación desafiante, los acontecimientos te 38 impulsan a hacer esa revisión, a soltar creencias o formas de ver la vida, y a ser consciente de ese poder que tienes sobre tu transformación. Vas a ser más feliz. Las crisis facilitan mucho el trabajo de cambio. La cuestión es elegir hacia dónde quieres ir. De hecho, hay creencias que desterramos sin ser conscientes.
Yo trabajaba con la visualización, observando mi cuerpo arreglar los órganos lesionados y llenándolo de luz y agradecimiento. Eso me hacía sentir muy bien, así que lo repetía cada vez más. Para mí era como un bálsamo que disminuía el dolor y me relajaba el cuerpo, sobre todo cuando conectaba con él y le daba las gracias. Ya he comentado el importante efecto de los pensamientos y las emociones positivas y negativas en el organismo a través de los sistemas nerviosos simpático y parasimpático.
El cuerpo lo sana todo. «Mi papá […] lo arregla todo, todo y todo», decía la niña de aquel anuncio de seguros de hace años. El cuerpo tiende a sobrevivir; si le ayudas aportándole alimentos, nutrientes y medicinas para resolver las situaciones que se presentan, sanará. Yo tenía un montón de huesos rotos y heridas interiores y mi marido me dijo que los huesos hay que alinearlos para que curen en buena postura. Las fracturas consolidan solas y las heridas cicatrizan. Lo que hay que hacer es colaborar con la madre naturaleza para que lo hagan de la mejor forma posible.
Hipócrates, médico griego que vivió en el siglo V antes de Cristo, está considerado como una de las figuras más importantes de la medicina, el padre de esta ciencia. Y suya es esta frase: «Las fuerzas naturales que se encuentran dentro de nosotros son las que verdaderamente curan las enfermedades». Es curioso; salvo algún arañazo en la cara producido por el airbag del coche y, lógicamente, la herida de la cirugía de columna y las heridas de los drenajes del pulmón, no tenía ni tengo ninguna cicatriz exterior. Otra cosa son las heridas internas, sobre todo en la pleura y el pulmón, y la deformidad física que todo ello conlleva.
Nosotros vemos lo que ocurre a través de unas gafas, que son nuestras creencias y nuestra forma de ver el mundo. Percibimos los acontecimientos de forma subjetiva. Se puede decir que la creencia es dar por cierto algo sin poseer evidencias de ello. Algunas nos potencian y otras nos limitan; las segundas son nocivas y nos impiden desarrollar nuestro potencial y alcanzar nuestros objetivos. La importancia de las creencias me la enseñó Agustín Piedrabuena, con quien me formé como coach. Fue un gran maestro y muchas veces recuerdo sus enseñanzas.
El cerebro tiene aproximadamente cien mil millones de neuronas. Cada una puede estar involucrada en diez mil sinapsis. Tenemos entre setenta mil y noventa mil pensamientos al día. El cerebro es una computadora inmensa con un potencial ilimitado. Y nosotros conocemos su software. Todas las experiencias y emociones quedan registradas, pero la mayoría de la información va directamente al inconsciente.
El cerebro solo se centra en aquello en lo que pones tu atención. Si tú crees que no puedes (creencia limitante), solo verás eso en tu vida. Si cambias y piensas que sí puedes (creencia potenciadora), verás otras situaciones que afirmarán esa forma de pensar. Lo difícil es hacer ese cambio, pero eso se consigue elaborando una frase positiva en primera persona y en presente que exprese lo contrario a la creencia limitante, que, al repetirla todos los días varias veces, influirá en los patrones mentales y, de alguna manera, te cambiará la vida.
Según el sentido que le atribuyas a lo que ocurre, puede ser algo positivo, negativo o, si no le das ninguna valoración, neutral. En realidad, casi todos los hechos son así. Depende de cómo los intérpretes. ¿Para qué quieres ver el lado negativo pudiendo ver el positivo, que te da más satisfacción? Además, es más real. Todo hecho tiene un lado bueno y otro malo. Finalmente, yo elegí no juzgar los hechos, aunque me costó un tiempo llevarlo a la práctica.
Te pongo un ejemplo. Tu emoción no es la misma si escuchas un ruido por la mañana en la oficina que si lo escuchas por la noche en una casa en un 40 lugar apartado donde te encuentras solo. El hecho, en este caso el ruido, es el mismo, pero tu interpretación es distinta. En el primer supuesto no le das importancia y en el segundo te llevas un susto. Sin embargo, el ruido de la oficina puede ser un terrorista que va a poner una bomba y el de la casa, de un vecino que pasa a preguntar si necesitas algo. La conclusión es que es preferible no interpretar los hechos, sino observarlos y estar abierto a que ocurra algo bueno.
«La mejor cura para el cuerpo es una mente tranquila». NAPOLEÓN BONAPARTE