El Parral: Jardines y huerta

Mas, para centrarnos en la calificación un tanto especial de ‘paraíso’ (que significa ‘jardín’) que hemos dado a este monasterio segoviano, hemos de preguntarnos: ¿Qué cualidad singular es lo que hace que el huésped pueda recordar el Jardín de la bíblica (alguno diría “mítica”) tierra de Edén, el Paraíso anterior al pecado original que lo echó a perder?

Porque, en realidad, podemos afirmar que todos los monasterios tienen elementos comunes: Recinto monacal de viviendas y dependencias para cada actividad, templo, hospedería y zona de naturaleza, al aire libre (huerta o jardín, aparte del espacio abierto de los claustros).

Respondemos inmediatamente: el monasterio del Parral posee un espacio de jardín y huerta (que se puede llamar también ‘parque’) de tales dimensiones, amplitud, belleza, feracidad vegetal y riqueza de agua, que a poco que el huésped tenga un recuerdo de aquella denominación sacra que fue el Jardín del Edén original, le vendrá a la memoria dicho recuerdo.

Este huésped, que se considera ‘peregrino del silencio’ lo ha experimentado así más de una vez, y a ello contribuye el clima de silencio y serena placidez que impregna el ambiente de ese formidable parque-jardín-huerta (hay que usar, enlazados, los tres vocablos para designar con justeza y justicia lo que allí se disfruta, el sosegado y, digamos, ‘santo’ placer que invade el ánimo y, en términos modernos, el psiquismo del huésped, y restaura su equilibrio anímico, si es que lo tiene alterado.

Esta experiencia, en la que tiene un papel relevante, un elemento tan decisivo (y ambicionado por todas las culturas del mundo y de la historia) como es el agua, la riqueza, abundancia y hasta ‘derroche’ del elemento vital por excelencia es tal que basta para explicar la feracidad de todo el conjunto de vegetación que puebla el amplísimo espacio al aire libre, desde el cual, para colmo, se disfruta, de una amplia perspectiva de los monumentos de la ciudad, que llena la vista de esplendor y belleza, tal como hemos descrito al comienzo.

Un larguísimo paseo flanqueado por pilastras de piedra de base cuadrada, en muchas de las cuales se han armado pérgolas que lucen enredaderas colgantes, que se continúan con dos filas paraleles de altos cipreses y abundantes masas de bambú, dejan a un lado el jardín donde florecen plantas de crisantemos, dalias, geranios y otras, que ponen un tapiz multicolor a esa parte.

Al otro lado del paseo se extiende una muy extensa huerta, con dos niveles de altura, donde fructifican hortalizas de la más variada especie, con productos de una calidad excepcional, que se consumen en el refectorio.

No es cosa de entrar en detalles, pero baste dar esta ligera alusión como testimonio de la frondosidad de aquel espacio. El camino, interrumpido por dos glorietas con una fuente en su centro, tuerce a su final el trazado para ir ascendiendo hasta un elevado nivel, con árboles coníferos y matas de plantas olorosas (romero sobre todo).

Ese trazado da un rodeo para volver a descender hasta el paseo, mas en este trayecto se interrumpe para dar entrada a una terraza cubierta por fuerte toldo, delante de un precioso estanque surtido por un brazo de agua que surge de la boca de un león de piedra granítica (la imagen simbólica de San Jerónimo, que encontramos en multitud de sitios del monasterio). Este amplio espacio contiene infinidad de tiestos de distintos tamaños, que lucen plantas muy variadas.

Cómodos sillones plegables de madera, propios de terraza al descubierto, permiten sentarse a leer o, simplemente, a contemplar el panorama monumental segoviano, mientras el musical sonido del agua de la fuente pone un rumor delicioso en el ánimo.

¿No puede calificarse de ‘paradisíaca’ esta magnífica experiencia, cuya calidad y cualidades vienen a sumarse a los demás aspectos de la estancia monacal? Incluso en el caso de que una sorpresiva tormenta de verano pueda alterar con lluvia torrencial y ‘aparato’ luminoso y sonoro (relámpagos y truenos) el clima soleado de algún día, la impresión de este fenómeno atmosférico, resulta igualmente feliz y gratísima.

Un ‘Paraíso en la tierra’, expresión muchas veces utilizada con ligereza para describir algunos lugares agradables.

En el caso del monasterio de Santa María del Parral, es una denominación que se ajusta con enorme propiedad a la consciencia que los desdichados mortales de ahora, [sucesores de la bíblica pareja (ignorada en el tiempo, pero simbólica) que fastidió para siempre aquel regalo del Creador,] se hayan podido forjar en su imaginación de cómo pudo ser aquel Jardín sin defecto que cubrió el país de Edén.

Imagen que tienen a su alcance los varones (esta es la única limitación para semejante disfrute, no se admiten féminas) que se decidan a participar unos días de estancia monástica en aquel maravilloso cenobio jerónimo.

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